Silencio. El silencio de quien no necesita reconocimiento por su trabajo ayudando a los demás, cambiando su comunidad. Y otro tipo de silencio. El cómplice. El aliado de las élites, de la apatía y el egocentrismo. Silencios ocultos tras el aturdidor ruido generado por la industria del deporte, medios, marketing, branding, política, intereses personales y económicos… Silencios que se oyen si queremos escuchar con atención.
Dos mundos enfrentados y colindantes. El activismo en el mundo del deporte o el deporte como mecanismo de control social. Esa evasión de la realidad, el espacio donde olvidar lo que sucede alrededor y canalizar energía para convertirla en estímulos positivos. O el altavoz a través del cual involucrarse en reivindicaciones sociales.
La puta de Akron. Dios vestido de jugador de baloncesto. LeBron James. Michael Jordan.
Uno marcó a una generación con su baloncesto. Rescató a la NBA noventera del secuestro de los Bad Boys y del estado de coma en el que se había sumido tras superar su Edad Dorada. El otro decidió que su influencia iba más allá de las canchas y se propuso ser un referente social y que su legado perdurara más allá de las estadísticas.
Y, entre medias, un jugador condenado al ostracismo por sus convicciones políticas y su discurso crítico. Uno de los pocos que decidió desafiar al sistema y al elitismo impuesto por Jordan mientras era su compañero. Un adelantado a su época.
Hoy cerramos la primera temporada de Outsiders NBA con los dos jugadores más grandes de la historia del baloncesto. Y con un hombre que pudo haber cambiado la historia.
Álvaro Carretero 